Me desperté.
Tenía la garganta seca y sentía una lengua de fuego que atravesaba todo mi ser. Con mucho esfuerzo abrí los ojos lentamente. Negro. Negro, era lo único que veía. Poco a poco se me fue aclarando la vista y distinguí varias figuras en frente mía. Corrieron hacia mi, estaba confusa y desorientada. Mi garganta seguía ardiendo y me empecé a marear, se dieron cuenta y acercaron un cuenco hacia mí.
Ese olor, el dolor de mi garganta aumento. Cogí el cuenco derramando un poco de su contenido sobre mi, el resto me lo bebí ansiosamente, en cuanto lo terminé me levanté renovada, el dolor de la garganta había remitido considerablemente. Ese olor, a óxido, y ese sabor, me hacían sentir mejor.
Cuando el dolor volvió yo ya había tomado una decisión:
Ya era hora de cazar
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